ARGUEDAS EN NUESTROS DIAS.
LEVANO.-LA PRIMERA.- 29/9/11.
Anoche
se inauguró en el Museo de la Nación el Simposio Arguedas en nuestro tiempo. El
certamen propiamente dicho empieza hoy a las 10 de la mañana, con el tema
Ciencias Sociales y visión del Perú. Los ponentes son Carmen María Pinilla,
Severino de la Cruz, Ricardo Portocarrero y Bruno Buendía.
En
la tarde se abordará el tema Política e Ideología en el pensamiento arguediano.
Creo
en este punto se concentra mucho del interés sobre la actualidad de Arguedas.
El autor de Los ríos profundos estuvo
cercano desde su juventud al movimiento socialista, en especial el Partido
Comunista Peruano. Se alejó de éste, inicialmente, porque –como ha relatado
Rodrigo Montoya– comprobó una distancia entre la disciplina partidaria y la
pasión por el folclor, la fiesta popular.
No
obstante, su correspondencia con diversos amigos revela que, por lo menos hasta
los años 40 del siglo pasado, mantuvo vínculos con el comunismo peruano. En los
años ardientes de la lucha contra el fascismo y la reacción en el Perú y el
mundo, estuvo en el frente antifascista encabezado entonces por la Unión
Soviética y los comunistas, y en el que se alinearon los grandes de la
literatura latinoamericana: César Vallejo, Pablo Neruda, Nicolás Guillén, Jorge
Amado. Se produjo más tarde una ruptura, un desencanto.
En
una carta a John Murra, escrita el 15 de agosto de 1962 e incluida en el libro
Las cartas de Arguedas publicado por la Universidad Católica en 1996, dice
Arguedas:
“El
poema a ‘Túpac Amaru’ lo escribí en los tristes días en que se mataba
comuneros. No estoy aún decidido a difundirlo. Te ruego que si te es posible,
me pongas unas líneas dándome tu opinión acerca de si podría ser interpretado
como un llamado a la rebelión. El Dr. Valcárcel (el autor de Tempestad en los
andes), que es tan prudente y lo ha sido durante toda su vida, cree que no,
pero yo siento algún temor. No deseo ser en mi patria un ‘apestado comunista’.
Soy un hombre libre; tengo discrepancias irremediables con los comunistas y,
por otra parte, estoy en la lista negra de la Embajada de los Estados Unidos”.
Pero
el empuje de las luchas populares en el Perú, la revolución cubana, la guerra
de liberación de Vietnam hicieron renacer su ardor revolucionario. Sin dogmas.
Su
última obra, El zorro de arriba, el zorro de abajo, cierra la esfera de su
periplo. Pese a que la preside la obsesión del suicidio, predomina en sus
páginas el impulso vital que había animado su juventud, a pesar de –o quizá por
eso mismo– que le dolían los peligros que amenazaban la cultura autóctona, la
propia lengua quechua, que tanto amaba, y se había percatado, en Chimbote y en
todo el Perú, del desarrollo capitalista que unificaba, que integraba, de modo
impetuoso y brutal al país desgarrado
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